sábado, 20 de febrero de 2016

III Domingo de Cuaresma
Mons. Felipe Arizmendi

Domingo 28 de Febrero de 2016.

La conversión que hoy se nos pide

En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: «¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante». Entonces les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?" El viñador le contestó: "Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré"» (Lc 13, 1-9).

Hoy el Señor nos invita con urgencia a convertirnos, porque no sabemos si éste es el último año de vida que se nos concede, como a la higuera de la parábola. No podemos pensar que ya está asegurada nuestra salvación por el hecho de que ya estamos bautizados, de que vamos a Misa los domingos y de que rezamos de cuando en cuando. Eso es muy bueno, pero no basta. Lo que pasó a los israelitas nos sirve de advertencia, pues muchos, a pesar de haber participado en las grandes manifestaciones de Dios en su favor, lo desagradaron con su conducta y perecieron, sin llegar a la tierra prometida (Cfr 1 Cor 10, 1-6. 10 -12). Se requiere un cambio de criterios y de actitudes.

Esta conversión tiene varias dimensiones, como nos indican las lecturas bíblicas de este domingo. En el libro del Éxodo, cuando Dios llama a Moisés y le ordena que vaya a Egipto, para liberar al pueblo judío de la esclavitud (Cfr Éx 3, 1- 15), lo primero que le pide es: Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada. Es decir, hemos de reconocer la santidad de Dios y darle el lugar que le corresponde. Por ello, hay que estar en el templo con toda compostura; no platicar con los vecinos como se hace en la calle o en el mercado; asistir vestidos en forma adecuada y modesta, no como quien va a presumir, o con ropa de deporte o de paseo; no masticar chicle. Cuando se pasa ante el Santísimo Sacramento, hay que hacer genuflexión con todo respeto, doblando la rodilla hasta el suelo. Pero lo más importante es lo que Dios dice a Moisés:

He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel.

Esto es lo que ordena Dios: que su pueblo sea libre y viva con dignidad.

Dios no quiere que haya opresores; es decir, personas que abusan de los más débiles, de los campesinos e indígenas. Es ley de Dios que los dueños de fincas o de tierras paguen lo justo a sus trabajadores; que los jefes de empresas no maltraten ni exploten a sus empleados; que los padres de familia no malgasten el salario en vicios, ni hagan sufrir a la esposa y a los hijos; que las amas de casa tengan en cuenta los derechos de sus muchachas de servicio; que los líderes de grupos, partidos u organizaciones no se aprovechen del puesto para su beneficio egoísta.

Dios es contrario a los sistemas sociales, políticos y económicos que oprimen a los pobres, sean del signo que fueren: capitalistas, marxistas o neoliberales. Él nos creó para vivir en una tierra que mana leche y miel; es decir, para ser felices y libres, no esclavos. Nadie, por tanto, debe abusar de los más pequeños, de los analfabetas, de los obreros y campesinos, de los indígenas y de las mujeres, de los desempleados y niños de la calle, de sus trabajadores, de sus súbditos. Por eso, los responsables de la política económica en el país deben procurar que los pobres vivan como seres humanos y como hijos de Dios, y no ser como el faraón de Egipto, a quien sólo le importaba tener esclavos a sus pies.

En este momento histórico de México, cuando se discute sobre leyes en favor de los derechos y la cultura de los indígenas, todos los mexicanos hemos de convertirnos en defensores de su causa, superando el menosprecio que con frecuencia, a veces casi en forma inconsciente, se tiene hacia ellos. Que nadie los considere inferiores ni abuse de su subdesarrollo, pues son tan inteligentes como cualquiera de nosotros o más que nosotros. Que ya no haya más opresión, racismo y explotación, sino que se hagan leyes para reconocer sus justos derechos. Muchas de sus tradiciones contienen gran sabiduría, aunque no se puede desconocer que hay otras que son opresoras también, como la negación práctica de derechos de la mujer, las torturas inhumanas, la falta de respeto a la libertad religiosa y partidista en algunas comunidades. Lo que nos debe importar, es lo que realmente los ayude y les sirva a ellos, no utilizar su causa para beneficio personal o de grupo.

Nadie debería oponerse a que se reconozcan los derechos de los indígenas a vivir según su cultura, a ser verdaderamente mexicanos, pero diferentes. El cambio de leyes y de actitudes es necesario y urgente. Nuestros legisladores han de escuchar con serenidad y respeto los planteamientos y las iniciativas que se les presenten, sabiendo tener paciencia con lenguajes y expresiones reivindicativas que no siempre son acordes con la justicia, con la verdad, con la democracia y con la buena educación. Es la hora del Congreso. En sus manos está la dignificación de estos hermanos nuestros, tan postergados. Sin embargo, que procedan con libertad, y no por presiones. Que escuchen a personas y grupos que no se sienten representados por el EZLN, pues muchos miles de indígenas, incluso de Chiapas, no simpatizan con la forma de su lucha.

Que Dios conceda sabiduría y prudencia a los legisladores, para que sepan discernir los cambios que se requieren en favor de los más pobres. Que no se dejen impresionar por quienes luchan por combatir la miseria de los indígenas, sino que sepan discernir las ideologías subyacentes, pues algunos pueden servirse de la causa de los indígenas sólo como una bandera para exigir un cambio social y político en el país acorde con la propia ideología, sin respetar la pluralidad de opciones y de culturas que conforman nuestra patria. Algunas tendencias muy radicales no fueron aceptadas por la mayoría de los mexicanos, en pasadas elecciones y, por tanto, no se pueden imponer, aunque tengan elementos dignos de ser tomados en cuenta.

La democracia adulta a la que aspiramos, exige valorar lo positivo que tienen otras posturas, no descalificar todo lo que hacen los otros ni absolutizar el propio punto de vista, pues todo punto de vista es sólo la vista desde un punto. La realidad es muy compleja y tiene muchos puntos de vista, igualmente válidos, que hemos de saber apreciar.

La conversión, en todas sus dimensiones, es una exigencia para todos. Nadie puede sentirse salvado porque ya recibió el bautismo y porque participa en la Eucaristía cada domingo. Nadie se sienta seguro, porque no vive en la zona del conflicto en Chiapas o porque ya tenga solventada su situación económica. Si no nos convertimos al Señor y a los pobres, pereceremos. Es la lección que saca san Pablo de la historia de Israel:

No quiero que olviden que en el desierto nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, todos cruzaron el Mar Rojo y todos se sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar. Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual ... Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto. Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos las cosas malas como ellos lo hicieron. No murmuren ustedes como algunos de ellos murmuraron y perecieron... Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer (1 Cor 10 1-6. 10-12).

¡Ojo con los que sólo saben murmurar!

Convirtámonos, pues. Es urgente hacerlo, porque no sabemos cuánto tiempo Dios nos conceda aún de vida. Puede ser este día o este año nuestra última oportunidad para dar frutos de una vida nueva. Por eso, la advertencia de Jesús es siempre actual: «Si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante».

No espere usted que los demás cambien. No exija que los otros sean diferentes. Empiece por usted mismo. Sea humilde y sencillo ante Dios; quítese las sandalias y reconozca que usted no es Dios y que, por tanto, sus criterios no son absolutos. Acepte que no en todo tiene la razón y que también es pecador. Conviértase al Señor, que es compasivo y misericordioso, como dice el salmo 102:

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; Él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. El Señor hace justicia y le da la razón al oprimido... El Señor es lento para enojarse y generoso para perdonar. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia.

Haga la prueba y acérquese a Él. Lograremos que nuestra tierra mane leche y miel.

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